La asignación de una Denominación común internacional (DCI) única y distinta a las sustancias activas de cada vacuna contribuiría a una prescripción segura, una distribución transnacional, una farmacovigilancia mejorada y, en última instancia, la seguridad de los receptores de la vacuna, como ocurre con las sustancias medicinales terapéuticas. Lancet 4 de febrero de 2021