El duelo de los chicos en tiempos de coronavirus

Entrevista a las Lic. en Psicología Noemí Díaz y Paula Sanguinetti en Diario La Nación

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Aunque de a ratos no lo parece, el mundo sigue girando. La pausa que impusieron la pandemia y la cuarentena no aplica al paso del tiempo y tampoco a las circunstancias naturales de la vida, como los nacimientos y las muertes. Pero no es lo mismo sufrir la pérdida de un ser querido en tiempos de aislamiento. La distancia también aplica para las despedidas, haciendo que el proceso se sienta lejano y hasta un poco irreal, y dificultando el duelo. Y cuando los que lo sufren son niños, el dilema se agranda.

"Mamá llevaba dos años enferma. Cuando empezó la cuarentena estaba en casa con una persona que la asistía, pero evitamos visitarla por miedo al contagio. El 5 de mayo terminó internada", comienza su relato María Dolores Seoane. Para ese entonces, sus sobrinas de 11 y 7 años llevaban alrededor de un mes y medio sin ver a su abuela. A medida que la situación empeoraba, su madre les iba contando que "Abi estaba un poquito peor", preparándolas para lo que sabía que iba a pasar. Cuando el desenlace llegó el 25 de mayo, las chicas supieron que su abuela se había ido para no volver, pero que lo había hecho en paz y rodeada de amor. Al día siguiente, solo tres personas fueron autorizadas a despedirla en el cementerio: Dolores, su hermana y una tía.

Aunque la explicación de lo que pasaba siempre fue muy clara, la madre de las chicas sentía que faltaba un cierre. Por eso, desde el momento en que comenzaron a desarmar el departamento de "Abi" decidió hacerlas partícipes, permitiendo que eligieran lo que quisieran. "Hace unos días, Valentina, la mayor, dijo que le gustaba un cuadro que había pintado mamá, que yo había separado para mí. Se lo dejé. Me pareció acertado ceder porque sé que esta también es una pérdida difícil para ella", cuenta Dolores.

Similar experiencia vivió Jimena con sus hijas Mora y Olivia, de 4 y 9 años, que durante la cuarentena perdieron a su abuelo paterno. "Habíamos hecho una videollamada por su cumpleaños, y al día siguiente nos despertamos con la noticia. En ese momento mi hija mayor escuchó nuestras reacciones, así que no tuvimos tiempo de pensar cómo decírselo, pero a las horas se lo conté a la más chiquita, explicándole que llega un momento en que la gente más grande se muere", describe Jimena. Con reacciones diversas (la mayor se "pegó" al padre y la menor siguió hablando en presente sobre su abuelo durante varias semanas), el día del entierro les propusieron hacer unos dibujos para que su padre llevara a la ceremonia y de algún modo pudieran despedirse. Hasta hoy no han podido ver a su abuela a causa de la cuarentena, hecho que Jimena cree que las aleja de la realidad de que estará sola a partir de ahora.

Según la psicopedagoga especializada en neuropsicología infantil del aprendizaje Soledad Barreto, el proceder de Dolores y Jimena fue el correcto. "A todas las edades es muy importante decir la verdad. Evitar metáforas que puedan despertar ciertas fantasías o falsas creencias, que transmitan que el ser querido puede llegar a volver", apunta. Y es que a veces somos los adultos los que nos complicamos, en tanto la mente infantil es más sencilla y concreta. También recomienda contar pronto lo sucedido, sobre todo porque los niños pueden percibir la tristeza de los adultos y no comprender lo que pasa. Pero eso sí, evitar detalles que sumen dolor o miedo.

A la vez, los rituales caseros, como esa elección de objetos de la abuela, colaboran en la asimilación de la muerte. "Se puede pensar en un momento de despedida que pueda centrarse en un homenaje a la vida: recordar aquellos momentos compartidos, escribir algo que faltó decir y guardarlo en una caja, cocinar algo que lo recuerde", propone Barreto. La premisa es dar lugar a los sentimientos en lugar de evitarlos. "Enseñarles que es esperable que se sientan tristes y lloren, pero que siempre están acompañados".

La importancia de la verdad

En estos tiempos extraños, a las muertes naturales (o esperables) se les suman las que puede traer el coronavirus, más abruptas y acaso más difíciles de procesar. Desde la Fundación Femeba (Federación Médica de la Provincia de Buenos Aires) llevan adelante hace tiempo el programa de medicina paliativa, y en estos últimos meses han visto crecer su necesidad. "Una familia que ha perdido a un ser querido por COVID-19 en general ha atravesado un proceso inesperado, breve, de alto impacto emocional y con momentos de mucha ansiedad, desasosiego, impotencia, enojo, tristeza e incertidumbre. La posibilidad de ir haciendo un duelo anticipado es compleja", describe la psicóloga Noemí Díaz, coordinadora del área de psicología de la Unidad de Cuidados Paliativos en el Hospital Tornú.

Desde el programa de Femeba también suelen estimular y facilitar la comunicación entre el paciente y la familia en todo el proceso de internación, y si fuera el caso, también en la despedida. "En muchas ocasiones hemos mediado a través de audios, cartas, frases, fotos, dibujos, videollamadas, objetos significativos", cuenta la licenciada Paula Sanguinetti, psicóloga en cuidados paliativos. Asimismo, explica que en los primeros momentos posmuerte podrían resurgir en los chicos conductas ya superadas, como no dormir en su cama o querer la luz encendida. También podrían tener cambios de comportamiento y ánimo, con irritabilidad, tristeza, falta de interés o reclamo de mayor atención y cariño. "Si el niño muestra una preocupación continua se pueden buscar modos de facilitar la expresión de su emoción para acompañarla. Y podría buscarse alguna actividad artística o de contacto con la naturaleza o con mascotas, como medio para tranquilizarse y encontrar seguridad", agrega la especialista, que ratifica la importancia de no apartar a los chicos emocionalmente de esta situación, ya que desarrollan habilidades de afrontamiento.

Una pregunta que tanto Sanguinetti como Díaz escuchan con frecuencia es si debería hablarse con los chicos incluso si estos no exteriorizan mucho su pena. La respuesta es sí. Incluso recomiendan hablar desde antes de que se produzca el fallecimiento. Si bien el curso de la enfermedad puede ser fluctuante, ir contando que se está ante algo serio permite anticipar el proceso. "Decir la verdad siempre va a fomentar la confianza mutua y está vinculado con el cuidado emocional. La forma de decirla es lo que muchas veces no se sabe hacer por la idea de un posible daño al expresarla", apunta Díaz.

Pero intentar protegerlos de un dolor puede terminar produciendo mayor daño. Lo ideal es ir acercándolos gradualmente a la situación, con cuidado emocional, presencia, disponibilidad para preguntas, sostén en los cambios de humor y conductas y hasta compartiendo la tristeza. "La intervención de profesionales de la psicología en los equipos de asistencia adquiere una gran importancia. Para todos los dolientes, pero especialmente para los niños y adolescentes, esta intervención oportuna puede marcar una diferencia sanadora que acompañará sus vidas mucho tiempo", sintetiza la experta.

Por: Vicky Guazzone di Passalacqua

Imagen: Javier joaquín

Artículo original Diario La Nación AQUI

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