Como consecuencia del cambio climático, durante los próximos años se prevé un aumento en la frecuencia y la intensidad de los episodios de calor intenso. Aunque no existe una definición consensuada a nivel internacional de estos episodios, se acepta que se asocian a temperaturas máximas y mínimas anormalmente altas respecto a la época considerada, y a su persistencia en el tiempo. Los episodios de temperaturas muy altas o extremas tienen efectos negativos sobre la salud, que se reflejan en un aumento de la morbimortalidad. La evidencia es extensa y consistente y se estima que, en la actualidad, al menos 25.000 personas fallecen anualmente en Europa debido al calor. Por otra parte, se tiene constancia de que las olas de calor registradas en la península ibérica al comienzo de verano (en junio), cuando tienen más consecuencias sobre la salud por la falta de aclimatación del organismo al calor, son ahora 10 veces más frecuentes que en las décadas de los años 80 y 90. Aunque las temperaturas elevadas pueden afectar a toda la población, numerosos factores de riesgo, como la edad extrema (lactantes y niños pequeños, personas de edad avanzada), el embarazo, la obesidad, las patologías crónicas y los medicamentos a los que están asociados, los trastornos adictivos, un estatus socioeconómico bajo, habitar viviendas sin las condiciones adecuadas o la existencia de una dependencia, pueden dificultar la adaptación del organismo al estrés térmico. El aislamiento social y algunas condiciones preexistentes, que se pueden ver exacerbadas por la exposición al calor, también aumentan la vulnerabilidad de la persona a este estrés térmico. Así, una persona que tiene una enfermedad crónica, que está socialmente aislada o que toma varios medicamentos tiene un mayor riesgo de desarrollar una enfermedad relacionada con el calor. El riesgo aumenta con el solapamiento de estas situaciones (ver gráfico 1).
El boletín completo INFAC, volumen 31 • Nº 2 de 2023 disponible en https://bit.ly/3NjzeSe